“Usa el dolor como una piedra en tu camino,
no como una zona para acampar”
Alan Cohen
Las emociones son reacciones psicofisiológicas que nos ayudan a adaptarnos a nuestro entorno. La alegría, por ejemplo, nos puede estar diciendo que aquella situación vivida nos resulta placentera…La tristeza en cambio, nos conecta con la pérdida de algo o de alguien.
Las emociones no se clasifican en buenas o malas, simplemente nos dan información, pero sí que podemos catalogarlas en agradables o desagradables, según las sensaciones que notemos en el cuerpo. La rabia, por ejemplo, puede que la sientas en el pecho o en la cabeza, como algo caliente a punto de estallar, tensionando los músculos, apretando los puños o los dientes.
Si conectas con las sensaciones corporales te resultará más fácil responder a “¿cómo me siento en estos momentos?”
Pero ¿qué pasa cuando huimos de las emociones desagradables? ¿Refugiándonos en mil tareas por hacer, durmiendo o resistiéndonos a sentir aquello que es inevitable? Sí, digo inevitable porque todos los seres humanos sufrimos, aunque sea por motivos diferentes, y eso es algo que por mucho que huyas o que evites, siempre acaba volviendo a ti, de una u otra forma.
No, no quiero ser pesimista ¡al contrario! Contemplar las propias emociones, rendirte a las sensaciones agradables o desagradables de tu cuerpo (no hablo de resignarte, si no de aceptarlas) puede ayudarte a ser más comprensivo/a contigo mismo/a. Por ejemplo: Después de un día agotador te sientas por fin en el sofá y tu cuerpo te avisa que ese día has forzado demasiado la máquina. Empiezas a llorar porque te duele todo el cuerpo, quizás porque ya no eres el/la mismo/a de antes, puede que la incertidumbre de no saber cómo estarás mañana o la impotencia de no poder ni levantarte para preparar la cena te envuelva en una espiral de sensaciones y pensamientos de los que te vas enganchando cada vez más ¡Para! Cierra los ojos y pon atención a tu cuerpo, solo te está diciendo que estás cansado/a, dolorido/a y debes tomarte las cosas con más calma. Sé amable contigo mismo/a y concédete ese descanso que te pide tu cuerpo y tu mente.
Práctica:
Aquí te dejo una pequeña práctica que te ayudará a cómo gestionar el mal humor cuando tienes un montón de obligaciones por hacer:
Todos tenemos obligaciones que nos ponen de mal humor solo con pensar en ellas: planchar, cocinar, ordenar, comprar, archivar…Te invito a que elabores tu propia lista y anotes el momento más propicio para hacerlas, ordenándolas de más importante a menos. No te olvides de anotar un merecido descanso entre ellas. Sé realista, quizás no puedas hacerlo todo en un día, pero no pasa nada, ten paciencia y prémiate cuando hayas acabado.